No está de más que los forestales, que gestionamos carbono y que de una forma u otra estamos metidos en este negocio, nos paremos a pensar sobre si existen motivos razonables para cuestionar el cambio climático antropogénico.

Mi amigo Rubén, Ingeniero de Caminos en Logroño y colaborador ocasional de Agresta, nos manda estas reflexiones sobre el tema.

Hace 127.000 años, hacía tanto frío que a duras penas los mamiferos más lanudos podían sobrevivir en las resecas y limosas estepas que bordeaban el gran glaciar de casco que cubría Europa y Norteamérica, es decir, por ejemplo en Inglaterra. Sólo 4.000 años después, en el periodo llamado Eemiense, en ese mismísimo lugar, los hipopótamos se sumergían en las charcas lodosas intentando ahuyentar el espantoso calor.  A  escalas incluso pequeñas, el clima cambia como el tiempo en Escocia. ¿Sabe esto nuestro premio Nobel de la Paz Al Gore (digno sucesor en el premio de Henry Kissinger, por cierto)?

En la temprana Guerra Fría, además de alertar al mundo de los riesgos de la guerra nuclear, la comunidad científica -aunque ni tan ancha ni tan mediática como hoy- ya alertaba a la sociedad del riesgo de cambio climático. Sostenían que las emisiones de particulas y aerosoles que la actividad humana producía estaban reduciendo la insolación que llegaba a la superficie terrestre y que, de seguir así, el planeta, debido a la actividad humana, iba de cabeza a una nueva glaciación, ¡al enfriamiento global! ¿Es que eran idiotas? En absoluto. Resultaba que entre 1940 y 1970 la temperatura media mundial bajaba apreciablemente (en España por ejemplo, el invierno de 1956 marcó registros fríos nunca conocidos y que aún no se han superado). Además ya se conocía en aquella época que había en los registros fósiles del hielo  una buena correlación entre partículas en suspensión y enfriamiento, y nunca había habido más particulas en los registros que en industrioso mundo de los 50s. Uniendo las dos cosas, parecía evidente que el hombre estaba alterando el clima, y así lo aseguraban muchas teorías científicas.

Pero resulta que, indiferente a la actividad humana, la temperatura media marcó un punto de inflexión a principios de los años 70s y empezó a subir decididamente. A mediados de los años 80, la Thatcher, con motivo de su cruzada contra la industria de Occidente en nombre de la reconversión (lo que a la larga, por cierto, nos ha llevado a la Gran Recesión) y buscando argumentos para calzarse la extracción de carbón y a esos mineros rojos que tantos problemas le daban, se aferró a las primeras voces de alarma de algunos científicos que argumentaban que el incremento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) por la actividad humana provocaban un efecto invernadero y que el planeta iba de cabeza al calentamiento global. En los años posteriores la parte más mediática de la comunidad científica, algunos ecologistas que arrimaban el ascua a su sardina y los medios de comunicación han continuado alarmando en esa dirección. ¿Son idiotas? Muchos sí, pero el resto notablemente lógicos, pues, al igual que en la anterior ola de pánico al clima, la del frío, hay inquietantes signos. Entre el año 1970 y 2000 la temperatura media mundial ha subido apreciablemente (aproximadamente 1 ºC), al tiempo que la concentración de dióxido de carbono y existe en los registros fósiles una cierta correlación entre concentración de dióxido de carbono y calentamiento.

Por ejemplo, durante el Oligoceno la concentración de CO2 varió de 1500 partes por millón (ppm) a 500 ppm (Pagani, 2005), y el clima se enfrió apreciablemente (hoy estamos en unas 460 ppm). Fue la época en que la Antártida empezó a acumular hielo. Pero lo que no queda claro aún es si la reducción del CO2 es causa del enfriamiento… ¡o su consecuencia! El principal sumidero de carbono es el mar. El mar es capaz de disolver más gas cuanto más frío está, por ello cuando hace frío, la cantidad de CO2 y metano en el mar aumenta drásticamente (gran parte de ese carbono queda fijado como carbonatos) sustrayéndolo de la atmósfera. Cuando las temperaturas suben, ocurre al revés. En cualquier caso es un proceso de retroalimentación positivo. Pero qué fue antes, ¿el huevo o la gallina? ¿el CO2 o el calor?

La verdad es que aún no están claras demasiadas cosas. La relación entre CO2 y calor son claras, así como entre partículas en suspensión y frío, pero para nada está claro que unas sean consecuencia de la otra o si es al revés. El clima ha cambiado mucho a lo largo de los períodos geológicos, en los que obviamente no hubo intervención humana, por lo que es preciso incorporar nuevos parámetros para poder explicar el clima, como la actividad solar, rayos cósmicos (implican nubosidad) y actividad volcánica, entre los más notables. Pero se trata de parámetros muy complicados de medir y modelar, al contrario que la concentración de CO2, que es fácil de medir y fácil de modelar mediante el concepto «forzamiento radioactivo«, que viene a describir cuántos W/m2 inciden sobre la superficie de la tierra. Como unas cosas no están claras y otras sí, es propio de cualquier técnico o científico (¡somos así!) coger lo que encaja en una regresión y dejar fuera lo que no, creando modelos demasiado simples pero que nos valen si sus resultados nos gustan.

Así, el IPCC (International Panel for Climate Change), pagado y mantenido por la ONU, que agrupa a unos diez mil científicos, muchos realmente muy reputados y honestos trabajadores, ha venido publicando desde su creación sucesivos informes acerca de las previsiones de calentamiento del planeta bajo distintos modelos, centrados críticamente en la concentración de CO2. Los informes, si bien no tan alarmistas como lo que cuenta la tele o el Boletín de Greenpeace, muestran una clara tendencia al calentamiento en los años futuros. Sus informes, si bien son interesantes y posiblemente el producto más sofisticado en cuanto a clima que actualmente se produce, tienen cuatro pegas fundamentales:

  • La primera es que hay científicos que, pese a la impopularidad de ser escéptico (en seguida se les acusa de estar a sueldo de las petroleras, ¡qué más quisieran los pobres!) disienten abiertamente de metodología y conclusiones (y no conozco a ninguno que disienta de la Ley de la Gravedad o de las Leyes de la Termodinámica, o sea, que tan claro no está).
  • La segunda es que los científicos han recibido importantes presiones para que las previsiones sean «adecuadamente» alarmantes, lo cual se ha podido ver muy claramente en el reciente escándolo que se ha denominado Climate Gate.
  • La tercera es que los que difunden los informes son los políticos y los medios de comunicación, que no se han leído el informe (son tochos de aúpa) quienes siempre exponen tan solo algunas de las conclusiones, especialmente las sensacionalistas o los escenarios marginales y más extremos.
  • Y la cuarta es que les pasa como a Rappel y… ¡no se han cumplido las predicciones! Los informes del IPCC dan previsiones para distintos parámetros para distintos años horizonte (2010, 2020 y mucho más allá). Como quiera que ya llevan casi veinte años emitiéndolos, se puede verificar el grado de acercamiento entre la realidad y la previsión. No sólo el calentamiento no se acelera según las previsiones (y menos en las capas altas de la atmósfera, una de las piedras angulares de toda la teoría), sino que los datos de observaciones indican en los últimos años una tendencia a la estabilización o incluso a un leve enfriamiento. (No es muy científico, pero pensad en los últimos inviernos en España). A medida que vayan pasando los años iremos viendo en qué quedan las previsiones, pero por ahora, apuntan a la chapuza.

Y si bien hay muchas cosas que no quedan claras en el asunto del clima, lo que sí está claro, en cambio, es que hay un alarmismo exagerado (recuerda bastante a la última ola de pánico de la Gripe A, de la que ya nadie se acuerda). Y también queda claro que hay cada vez más y más gente viviendo de toda esta historia del cambio climático, entre personas contando moléculas de carbono, divulgadores de la buena nueva, gente ocupando Secretarías de Estado (en España tenemos el ridículo puesto de Secretario de Estado de Cambio Climático, que trinca un pastón y tiene chófer) y mucha gente estudiando cómo va a afectar el cambio climático a las abejas, ríos, soja, cuadros (prometo que lo oí en la radio) ovejas, hígados y cualquier cosa por peregrina que sea. Y cada vez más gente recibiendo subvenciones por crear, comercializar o especular con productos ineficientes que se venden como «verdes» aunque sean menos verdes que prenderle fuego a un pila de neumáticos. Y sobre todo, muchos auténticos caraduras convirtiendo los derechos de emisión en papelitos que cotizan en un mercado, y sobre los que se construyen futuros y derivados. Goldman Sachs, grandes ecologistas de toda la vida, es una de las empresas que más dinero gana en el mercado internacional de derechos de emisión. Kyoto ha hecho mucho daño. Por suerte, no parece que vaya a renovarse semejante desatino después de los patinazos de la última cumbre del clima de Copenaghe.

Así que, pese a que los calentistas tratan de desprestigiar a los escépticos llamándolos «negacionistas» (¡como se llama a los que niegan el Holocausto!) y a que el bombardeo en los medios de comunicación continúa, y a que el clima cambia de verdad por muchísimos motivos incluso a la escala de una vida humana, me atrevo a vaticinar que en los próximos veinte años dejaremos de preocuparnos de problemas imaginarios para centrarnos en los verdaderos (superpoblación y pobreza, cénit del petróleo y pérdida de biodiversidad).

Rubén Eguíluz


Como referencias básicas para introducirse en el escepticismo:

  • El documental «El gran timo del calentamiento global», disponible en muchos sitios, por ejemplo aquí.
  • La lectura calmada, el espíritu crítico y la consulta de datos imparciales. De esa consulta sosegada podréis sacar cosas como las siguientes gráficas, realizadas por mí mismo de los datos meteorológicos de mi pueblo (hacedla para los vuestros, podéis tomar todos los datos precisos de www.ogimet.com, con un poco de trabajo, eso sí, la verdad requiere esfuerzo). Las rectas en color negro, por cierto, son regresiones lineales ¿Dónde está el calentamiento y la desertización de la que habla el IPCC? (Esto es más anecdótico que otra cosa, pues el propio IPCC reconoce que el calentamiento global no implica calentamiento homogéneo, y que algunas regiones podrían sufrir un enfriamiento en medio de un contexto de calentamiento. ¡Pero da que pensar!)